Por Alma Padilla García, Directora de NIMA A. C.

“Lloramos por indignación, por rabia, por felicidad, por libertad.” (Adolescentas)

El pasado 8 de marzo, día internacional de las mujeres, las niñas y adolescentas marcharon, gritaron y lloraron.

Gritar el nombre del agresor, colocar imágenes de sus fotos, marchar ocupando las calles, gritar consignas, llorar, insultar a quien agrede a las mujeres, representa romper el secreto y los pactos patriarcales de encubrimiento a los hombres, ante la violencia, y ante todo lo que signifique “incomodarlos” y protegerlos por el simple hecho de ser hombres.

“Beto”, “Uriel”, “Juan”, “Marcos”, sonaban a lo largo y ancho de la marcha; sonaban también las cadenas que se rompían y los llantos que brotaban de la rabia e indignación. Sí, las niñas y adolescentas tienen rabia acumulada por la violencia y la impunidad de un Estado que no actúa, no responde y no protege.

Niñas y adolescentas con voz fuerte y digna, con cuerpos erguidos y confortativos, frente a más de 11,000 mujeres, exigieron al Estado y a todas sus instituciones que cumpla con sus obligaciones:

  1. El ejército, la guardia nacional y la policía también nos violentan, exigimos caminar seguras y libres. Es urgente que capaciten y sensibilicen a la fuerza del Estado, al ejército y la policía para ser un organismo que proteja, no que nos violente. 
  2. ¡Las niñas y adolescentas merecemos justicia! Exigimos que en los procesos de acceso a la justicia dejen de revictimizarnos y violentarnos, el Estado no nos cuida, ni nos protege, no llevan bien nuestros casos y dejan libres a los agresores. 
  3. Alto a la impunidad. Deben entender que no somos una carga para el Estado, que su trabajo es protegernos. ¡No dejen libres a los agresores!
  4. Que hagan su trabajo y nos den la atención que merecemos como niñas y adolescentas mujeres.

Todas estas mujeres reflejadas en la indignación, con aplausos y ante el grito “con las niñas no”, le devolvían sentido a lo que, por sí mismo, no tiene sentido: la violencia descomunal de la que somos objeto las mujeres en cualquier etapa de desarrollo, por el solo hecho de serlo. Una violencia que abarca la vida, las instituciones, la relaciones y todo lo que es producido y reproducido por la mitad de la población humana.

Las adolescentas dijeron también a los niños y adolescentes hombres:

No reproduzcan la violencia que les han enseñado los adultos, tratémonos con respeto. Ser hombre no es ser violento, ¡reedúquense! Cuestionen lo que han aprendido, lo que les han enseñado. 

Y a los hombres adultos:

Sean empáticos y entiendan cómo nos sentimos cuando nos acosan y nos ven como objetos, ¡exigimos respeto a nuestros cuerpos!

Posteriormente, mencionaron a las niñas y adolescentas:

¡No se queden calladas ante la violencia! díganlo, no tienen la culpa de la violencia que viven. No deben avergonzarse, al no hablar hacemos fuertes a los agresores y pueden dañar a otras personas. Cuidémonos entre nosotras. ¡No nos acostumbremos a vivir con violencia! 

A las mujeres adultas les pidieron:

Hablen con sus hijas y cuídense, escúchenlas, entiéndanlas, respétense y protéjanlas. No las hagan sentir culpables.

Estos fragmentos son parte del comunicado realizado por las adolescentas como resultado del análisis de contexto sociopolítico que enmarca la violencia vivida por ellas. Estas acciones, en conjunto, son formas de reconocerse como sujetas de pleno derecho y, por consiguiente, de transformar un proceso individual en la búsqueda de bienestar a uno colectivo, en el que la lucha política toma un papel central. Las adolescentes tienen, además de plena conciencia de la reproducción de la violencia, esperanza en el cambio de una humanidad desigual, donde el género es el eje central para la transformación.

Retomamos tres elementos que propician la construcción del sanar: la conciencia política del capitalismo, la importancia del saber y la construcción de alternativas (Padilla, 2023), bajo cuatro principios del proceso de sanación:

  1. El saber sana: se analizan las desigualdades sociales, económicas, educativas y políticas en que se construyen las vidas de las mujeres, las niñas y las adolescentes.
  2. Reconocer violaciones a los derechos humanos: se da nombre a las violaciones a los derechos que se vivieron y se viven para reconstruir la dignidad y dar sentido de continuidad para vivir.
  3. La transformación debe ser colectiva: es indispensable analizar y mover el origen de la desigualdad para generar cambios profundos, no solo en una mujer, sino en todas.
  4. La sororidad entre mujeres: nos referimos a la sororidad que, de acuerdo con Lagarde (2012, citado en Padilla 2023), es una forma de complicidad entre las mujeres para trabajar juntas y empujar agendas y movimientos compartidos.

Bajo estos principios, las adolescentas deconstruyen sus vidas y entornos, posibilitando alternativas diversas para sus vidas al comprender el origen de la violencia, nombrarla y accionar contra ésta desde diversos ámbitos y entornos, como la lucha política contra un sistema que reproduce la violencia, como forma de afrontamiento contra la misma y, por consiguiente, como forma de sanar. Como alude Padilla (2023), se trata de un sanar político que implica la reivindicación de los derechos y lo político, tanto para la sanación individual como colectiva, como herramienta contra los sistemas de destrucción y opresión.

En este sentido, la indignación ante la violación a los derechos humanos y ante las violencias vividas, propias o de otras mujeres, implica el reconocimiento de la otredad, de las otras y los otros seres humanos. En consecuencia, al defender sus derechos y cuestionar la violencia vivida, se trastoca la reproducción de la violencia y se ejerce el derecho a defender derechos.

Como bien lo refiere la Declaración sobre el derecho y el deber de los individuos, los grupos y las instituciones de promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales universalmente reconocidas (Organización de las Naciones Unidas [ONU], 1999, pág. 3) en su Art. 1: 

Toda persona tiene derecho, individual o colectivamente, a promover y procurar la protección y realización de los derechos humanos y las libertades fundamentales en los planos nacional e internacional.

Bajo este precepto, las niñas y la adolescentas son defensoras de derechos humanos en la medida que cuestionan la violencia y su reproducción en todos los sistemas económicos, políticos y relacionales, y ejercen sus derechos humanos, denuncian y exigen justicia.  Asimismo, convocan a otras mujeres al ejercicio de sus derechos. Frente a esto, el actuar de las adultas y adultos seguros debe ser de corresponsabilidad, de reconocimiento de su ser sujetas de derechos y de transformación, que permee en acciones que dignifiquen la vida de niñas y adolescentas.

Referencias:

Organización de las Naciones Unidas (1999). Declaración sobre el derecho y el deber de los individuos, los grupos y las instituciones de promover y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales universalmente reconocidas. https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n99/770/92/pdf/n9977092.pdf?token=MI8ap2h3TiJHp5wTZG&fe=true

Padilla, A. (2023). La sanación de las mujeres, niñas y adolescentes como accionar político feminista contra el sistema de muerte.  En A. Padilla (Coord.), Mirada crítica para el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. Reflexiones, escenarios y posibilidades (pág. 47-59). Universidad La Salle Bajío.